Crítica el Decamerón de Boccaccio
Una historia del Decamerón, por John William Waterhouse
A continuación se analiza la principal obra de Giovanni
Boccaccio, el Decamerón, en una versión española de
1968, publicado por la editorial de Gasso Hnos. Quiero resaltar que encontré
este libro en la biblioteca de mi madre (Sevilla,1960,-) porque tuvo la
obligación de leerlo en el instituto, mientras que yo (Cádiz, 1985) conocía de su
existencia gracias a una recomendación del profesor Jesús G. Maestro en su
canal.
Giovanni
Boccaccio ( -, 1313-Certaldo, actual Italia, 1375), escritor italiano. Hijo
natural del mercader y banquero florentino Boccaccio da Chellino, agente de la
poderosa compañía financiera de los Bardi, no conoció la identidad de su madre.
Las leyendas que el propio Boccaccio se encargó de difundir acerca de su vida
no permiten determinar si nació en París, Certaldo o Florencia. Lo cierto es
que creció en esta última ciudad, en el barrio de San Pietro Maggiore, y fue
educado por Giovanni Mazzuoli da Strada, quien le inculcó la pasión por Dante
que lo dominaría toda su vida.[1]
La novela se sitúa en Florencia durante
1348, cuando una gran epidemia de peste asola la ciudad toscana, la c
ual, según
el narrador, sus progresos fueron muy rápidos en escasos días, pese a la
vigilancia de los magistrados, que no escatimaron esfuerzos para evitar el
contagio de los habitantes. Pero ni el cuidado desplegado al limpiar de
diversas inmundicias la ciudad, ni la rigurosa precaución en no dejar entrar
ningún enfermo, ni las rogativas ni procesiones públicas, así como otras
discretas medidas, fueron suficiente para evitar la difusión de la peste. [...]
En resumen, por todas partes no oímos más que éstas o parecidas palabras: „Éste
y aquél son los muertos, el de aquí y el de más allá van a morir“.
En esta calamitosa situación, un
grupo formado por siete damas jóvenes pertenecientes a buenas familias y tres
caballeros, acompañados de sus sirvientas y
criados, decidieron en la iglesia de Santa María la Nueva abandonar la ciudad
para intentar salvarse y pasar unas horas agradables en un magnífico castillo a
una legua de Florencia. Pero a diferencia del año
2020, este grupo de privilegiados no tenía la posibilidad de compartir su buena
suerte respecto a los que no pudieron abandonar la ciudad ni de opinar acerca
de los avances de la pandemia a través de las redes sociales ni de consumir
contenidos audiovisuales en un sofá, así que durante su estancia de quince días
contaron los cuentos y fábulas que conforman este fascinante facticio.
En plena Edad Media, los relatos
de los personajes del Decamerón destruyen de originales formas la idealización en
torno a la mujer generada tanto por la Iglesia como por la lírica medieval
italiana en la figura del amor cortés, para mostrar su verdadera naturaleza, la
hembra que adolece de las mismas pasiones humanas que los varones, la misma
naturaleza que cualquier hombre actual ha podido conocer, disfrutar y/o sufrir
en sus relaciones amorosas.
Las mujeres que protagonizan los
relatos pertenecientes a las clases altas no dudan en engañar a sus maridos por no satisfacerlas
convenientemente debido a su edad, impotencia o falta de interés en el sexo
femenino y, las que están aún solteras, intentan evitar de cualquier manera el control
patriarcal que ejercen sus padres y hermanos, organizando sofisticadas tramas
para lograr los encuentros con sus amantes, aunque fuesen de estratos sociales
más bajos, los cuales se juegan la vida si son descubiertos durante el acto. En
cambio, las de clase baja usan las armas de mujer que Dios le ha dado
para engañar en pos de un beneficio material en
detrimento de hombres avariciosos o poco inteligentes, aunque en muchos casos
acaban siendo ellas las víctimas de su propia picaresca. Para las clases
populares los finales no son siempre felices.
Desde estas líneas, se
interpreta que el autor pretende mostrar que esta naturaleza de la mujer
puede llegar a ser compatible con las normas morales y sociales de su tiempo
siempre que se elimine la idealización femenina, como ocurre en varios
relatos en los que los amantes evitan la muerte por la comprensión del marido
burlado o el padre, pero de ningún modo
se puede categorizar esta obra como feminista. Sería caer en un anacronismo
definir esta novela como feminista en una época donde la defensa de una ciudad,
condado o reino dependía directamente del enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre
hombres armados y entrenados militarmente.
Ha cambiado tan poco la naturaleza
humana que muestra Bocaccio en el siglo XIV que las conductas de los
gentileshombres, miceres, condes, duques y reinas, princesas serían imposible de
distinguir, salvo por el contexto, de las relaciones entre modelos, empresarios,
actores o políticos que muestran la revista Hola o las crónicas de los realities
televisivos, con la diferencia que el sistema democrático de mercado actual
tiene en la exaltación de las pasiones humanas uno de sus pilares básicos de
subsistencia.
Por su rabiosa actualidad, me
ha llamado especialmente la atención el cuento la inocencia en triunfo
del libro tercero donde una princesa, despechada por un conde que se negaba a
ultrajar a su señor y esposo de esta, actúa
de la siguiente manera:
── ¿Acaso -preguntó
la princesa al conde- no era suficiente la vergüenza que he tenido que pasar al
confesaros mi amor? ¿He
pasado ahora por la humillación de una negativa? Perfectamente: puesto que no
os importa exponerme a que muera de rabia y desesperación, vos serés la
víctima. Haré que os sentencien a la pena de muerte o que os destierren.
La
princesa empezó a mesarse los cabellos y a desgarrar sus ropas, al tiempo que
gritaa desesperadamente:
── Auxilio!Auxilio!
El conde de Angers intenta abusar de mí!
Gautier de Angers no ignoraba que su encumbrada
posición le había proporcionado la enemistad que no pocos personajes de la
corte y que la acusación de la princesa sería acogida por ellos con
satisfacción. Ante la posibilidad de no poder aclarar las cosas debidamente,
salió de palacio, se fue a su casa y huyó hacia Calais, con sus dos hijos.
Los cortesanos que habían acudido al oir gritar a la
princesa, al verla bañada entre lágrimas, con las ropas en desorden y llena
de turbación, no dudaron de que aquel relato que les hizo correspondía a la
verdad de los hechos.
El conde de Angers tuvo que
huir a otro país mendigando porque todos creyeron el testimonio de la princesa,
que siendo del privilegiado estrato al que pertenecía, su palabra valía más que
la de cualquiera perteneciente a la inferior, incluso a la de cualquier hombre.
Cuando hay un claro interés partidista, como el caso de los cortesanos de la
misma condición que el conde, poco importa la verdad, aunque la mentira que en
un instante de sus vidas les es útil, puede volverse en contra en el momento
menos pensado.
Y en esta situación política,
donde únicamente se piensa a muy corto plazo, acabo este análisis con esta
reflexión del autor en el final de la novela, en unos tiempos no menos
belicistas que los actuales:
La prudencia de los mortales, cómo debéis saber, señoras,
no estriba en recordar el pasado ni conocer el presente, sino prevenir el
futuro.
[1] https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/boccaccio.htm